Historias de negociación: Haciendo política para la democratización

Hace poco llegó a mis manos el libro de Ricardo Lagos “Así lo Vivimos”. Este es un recuento autobiográfico de la transición a la democracia chilena en el que el expresidente narra el camino que llevó al referendo del No. Aquel en el que la oposición logró derrotar y sacar del poder –después de diecisiete años de gobierno y brutal dictadura—al general Augusto Pinochet.

El libro es un recuento interesante, y la transición a la democracia en Chile un ejemplo importante, de cómo se hace política para lograr un cambio de régimen. De cómo se negocian las condiciones para que, aquellos que detentan el poder arbitrariamente y tienen monopolio de la fuerza acepten abandonar el gobierno para ser reemplazados por sus opositores, en medio de un país polarizado donde, una gran mayoría, apoya todavía la dictadura. La historia es simple: después de diecisiete años de divisiones y uno que otro intento violento por derrocar a Pinochet, los líderes opositores chilenos diezmados por la persecución de la dictadura, se movieron al centro, abandonaron sus ideales radicales de izquierda y decidieron negociar con las facciones moderadas del gobierno.

Esta negociación no fue, ni es bienvenida, por todos los miembros de la oposición. Sus detractores –una minoría hoy en día–señalan que las negociaciones no sirvieron para modificar las instituciones y el modelo económico que se impuso durante la dictadura, y tienen razón. El plebiscito que abrió las puertas a la transición democrática en Chile se hizo a cambio de garantías para Pinochet y sus seguidores. Esto significó reformas mínimas a la constitución de la dictadura, la protección institucional a los militares y su influencia en el gobierno, y la consolidación del modelo económico neoliberal. Ese, sin embargo, era el precio de la transición. El gobierno tenía, como se dice coloquialmente “la sartén por el mango” y no iba a permitir que el plebiscito sucediera de otra forma.

Es cierto que la oposición podría haber insistido en otras formas de transición que no la obligaran a ceder en estos temas. La movilización desde la calle de pronto hubiera generado suficiente presión para un cambio de régimen sin pasar por un acuerdo con el gobierno. Sin embargo era una apuesta difícil y arriesgada. Por un lado existía el riesgo de que las protestas desencadenaran una nueva ola de represión con consecuencias funestas para la oposición. Por el otro, Pinochet gozaba del apoyo de un grupo cercano a la mitad de la población. Su renuncia obligada habría activado a sus seguidores y aumentado la polarización, creando un obstáculo infranqueable para la reconciliación del país y por ende su democratización.

Efecitvamente, negociar –hacer política–fue la mejor opción. Con el tiempo, la Concertación (alianza de centro-izquierda en Chile) ha logrado cambiar algunos de los legados del régimen dictatorial. En las últimas dos décadas, han conseguido reformar algunas de las instituciones heredadas, disminuir la influencia de los militares en el gobierno e inclusive judicializar a algunos de ellos por violaciones de derechos humanos cometidas durante la dictadura. En los últimos  años la Concertación ha logrado instaurar diversos programas de corte social que hacen de Chile un país más igual. Si bien no han conseguido todo lo que ellos quisieran las políticas de izquierda han avanzado significativamente. Hoy Chile es no sólo una potencia regional, sino un país más liberal e igualitario. Cuando decidieron negociar con sus victimarios hace veinticinco años, los líderes opositores no claudicaron en su lucha contra el régimen. Por el contrario la fortalecieron. La transición pactada generó las condiciones propicias no para restaurar el gobierno de izquierda derrocado en 1973, sino para  construir una democracia mejor.

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