Historias de procesos y ejecutores

“Alguien tenía que haber calumniado a Josef K, pues fue detenido una mañana sin haber hecho nada malo”. Sustituyamos Josef K. en esa primera línea de El Proceso, por cualquier otro nombre, Rodolfo González por ejemplo, y podemos ver cómo en Venezuela la realidad se empecina en hacer versiones fílmicas de las peores pesadillas literarias de la Humanidad. A Josef K., o Rodolfo González en este caso, un “patriota cooperante” lo acusó de algo y, una noche cualquiera (la del 26 de abril del año pasado), recibió la visita de una comisión del Sebin, con un papelito que llevaba su nombre. Y así, sin más pruebas ni investigaciones que un testimonio anónimo, este ciudadano de 63 años fue sacado de su casa y llevado a la sede del Helicoide.

Esa misma madrugada, su hija, su yerno y su esposa fueron a llevarle efectos personales, como cepillo dental y ropa limpia, y una vez allí se enteraron que su esposa, Josefa Álvarez, también quedaba detenida. Al día siguiente fue allanada la casa de su hija, de donde incautaron computadoras, teléfonos y todo tipo de equipos de comunicación. Dos días después, una pequeña agencia de viajes propiedad de la familia corrió con igual suerte. La hermana de González, una señora de 70 años de edad, fue trasladada al Sebin a rendir declaración. Su esposa quedaría con régimen de presentación. Casi un año tratando de despertar de esa puesta en escena absurda y opresiva, como la novela de Kafka, para que la madrugada de este 13 de marzo a las hijas les llegara el rumor de que su padre había muerto durante la noche en su celda. Debieron esperar hasta el amanecer para constatar que se trataba de una dolorosa realidad.

Nunca recibió un juicio que demostrase culpabilidad de ningún tipo.

Finalmente los venezolanos entendemos de qué va el “Proceso”. Como en la novela de Kafka, trata de una lotería en la que cualquier ciudadano puede, un día cualquiera, amanecer culpable de algo y, sin más trámites ni pruebas que un señalamiento anónimo, perder todo derecho, incluido el de presunción de inocencia y el de juicio justo.

La vida de González, que cambió para siempre un 26 de abril para apagarse menos de un año después sin haberse despedido de sus seres queridos, corre paralela a otra, oscura y anónima: la del “patriota cooperante” que lo señaló y cargó  secretamente con su destino. Y también con el suyo propio, porque si bien la novela de Kafka ilustra la absurda suerte de González, la de este anónimo personaje también se puede ilustrar con otra novela: Una estrella llamada Henry, de Roddy Doyle.

Allí se cuenta la vida de Henry, un “patriota” irlandés que servía a la “causa” (póngale cualquier nombre y todos conducirán al fanatismo y al odio) aniquilando espías que, según los jerarcas de la organización, se infiltraban dentro de las filas. Las órdenes venían anotadas en un papelito con el nombre de su víctima a lo que él, sin hacer preguntas, las ejecutaba convencido de estar trabajando por la causa correcta. Para él, sus víctimas no eran tales, sino enemigos, gente merecedora de su desprecio y, por ende, de su destino.

Un día recibió un encargo de la manera usual y, cuando leyó el inapelable nombre escrito en el papelito,  le comentó al encargado de trasmitir la orden: “Soy hombre muerto”. El hombre le respondió afirmativamente. “¿Por qué soy una molestia?”, preguntó resignado ante su destino. El hombre le respondió: “Porque eres un espía”. Entendiendo el juego al que se estuvo prestando gustoso durante tanto tiempo, se permitió hacer una última pregunta a su interlocutor devenido en verdugo: “¿De verdad hubo alguna vez alguien que fuese espía?”, a lo que el hombre aseveró afirmativamente, con un falso gesto de admiración. “Tú has matado a muchos”, le dijo.

Los personajes de ambas novelas tienen un trágico destino común. Lo único que los diferencia es que, si bien Josef K. nunca entendió de qué se le acusaba, lo que no entendió Henry fue que llenó su corazón de odio, ejecutando al prójimo en nombre de un poder para el cual todas las piezas son, llegado el momento, desechables. Que no es digno ni sensato ayudarlo a poner nombres en papelitos de una lotería en la que todos los ciudadanos están potencialmente anotados.

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