Diálogo y protesta

Mucho se ha dicho sobre las diferencias de quienes apoyan un diálogo entre adversarios políticos y quienes lo rechazan al sostener que la protesta de calle es la salida al conflicto venezolano. En verdad ambas alternativas, además de válidas, deben ser complementarias a fin de lograr soluciones y acuerdos de largo plazo.

Las acciones por la defensa de derechos sociales y políticos no obedecen a una fórmula única y predecible. Si bien hay que agotar las instancias legales y fundamentar las pretensiones dentro del marco institucional y democrático, la presión de calle potencia el reclamo y le otorga tanto visibilidad como legitimidad a quien exige. Por lo que dialogar y protestar al mismo tiempo no solo es compatible sino necesario.

En ese sentido, la protesta debe ser pacífica e incluyente. Estudios han demostrado que las manifestaciones no violentas convocan más gente. Y mientras más multitudinaria, creativa y continua sea la protesta, más eficaz resulta. Una acción como la tranca de calles en urbanizaciones, lejos de los centros de poder, termina dividiendo a quienes pueden apoyar las razones pero no el método. Por eso siempre habrá mayor participación en una marcha que en una “guarimba”, por ejemplo.

A su vez, un diálogo es lo opuesto a un monólogo. La negociación efectiva parte de un diálogo productivo que garantice legitimidad de las partes; respeto y reconocimiento del otro, confianza y cumplimiento de los acuerdos suscritos.

Además, es imprescindible que prevalezca la búsqueda de alternativas conjuntas y la procura de resultados expeditos por encima del debate estéril y las posiciones sectarias. De existir un mediador, debe ser neutral. Un diálogo sin agenda ni objetivos es una calle ciega. El diálogo abstracto solo busca enfriar un conflicto sin resolver el fondo. La dilación como estrategia tarde o temprano se revierte.

Por ello un diálogo participativo implica el consenso en la toma de decisiones y no la imposición de quien detente el poder institucional como forma de dominación. La descalificación y el ataque verbal sistemático son también formas de violencia.

Sin embargo, dialogar no debe entenderse como signo de debilidad o sumisión. En una huelga, por ejemplo, la reanudación de actividades suele acordarse en mesas de negociación colectiva donde se firman convenios. Al negarse el diálogo, se cierran vías pacíficas de entendimiento.

Manifestar tampoco implica encapucharse, quemar basura bloqueando calles y afectar a tus vecinos. Existen diversas formas de protesta con mayor nivel de convocatoria y efectividad, sino recuérdese la acciones de la sociedad civil en 2007 ante el referéndum que pretendía cambiar la Constitución de 1999. Asimismo, el control del orden público no puede hacerse incurriendo en violaciones de derechos humanos, represión militar, parapolicial, ni tortura.

La movilización ciudadana sostenida y el diálogo simultáneo son necesarios para resolver la crisis que afronta Venezuela y detener la posibilidad no muy remota de un baño de sangre ante la crisis económica, social y política en un contexto polarizado. Diálogo, protesta pacífica y velar por la garantía de su ejercicio. Los cambios serán inevitables.

 

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