La piedra de la USB Litoral

La piedra de la USB Litoral

El deslave que asoló al estado Vargas, en 1999, modificó notoriamente la geografía de la zona. Largos tramos de costa se alejaron de la carretera. Desaparecieron zonas residenciales completas, como si nunca hubiesen estado allí. Aparecieron playas donde había mar y montañas donde había playas. El paisaje de muchos sectores cambió radicalmente. Para siempre. En algunos casos, ajena a toda sensatez, la vida humana retornó sobre la superficie, en reurbanizaciones espontáneas y precarias, incluso en los mismos lugares donde el agua se abrió paso camino al mar.

A ese tipo de desmemoria nos empeñamos en llamarle “tragedia natural”.

La sede del Litoral de la Universidad Simón Bolívar acusó singularmente esos embates. Fueron enormes sus pérdidas materiales. El campus quedó incomunicado y muchas de sus instalaciones inhabilitadas.

En una reciente visita que hice a su sede, con motivo de una invitación para hablar sobre crónica literaria con los estudiantes, pude comprobar que, quince años después, la vida en esa institución afloró, vital, renovada y, eso sí, planificada. Es decir, recurriendo a la memoria para no cometer los mismos errores.

Al final del sabroso encuentro con los chicos, los jóvenes profesores que fueron nuestros anfitriones (quienes creen que el “eso no se puede hacer” termina por ser un incentivo adicional para la gente enamorada de lo que hace), nos llevaron al restaurant-escuela, ubicada en la Casa del Profesor. Allí se hacen las prácticas de una materia para la carrera de Hotelería o Turismo, no recuerdo bien. Lo que sí recuerdo es que los alumnos que llevan a cabo sus prácticas allí, divididos entre la cocina y la atención del comedor, ofrecen una atención tan impecable, que hacen que uno retome la esperanza sobre el perdido concepto de servicio en nuestro país. En cada gesto se ve la pasión de profesores y alumnos por lo bien hecho. Su empeño en convertir ese apartado rincón del litoral central en un símbolo de la Venezuela que se está construyendo desde ya para cuando termine de pasar el deslave nacional.

En mi charla le hablé a los chicos de las crónicas como un río revuelto con dos corrientes: la de los hechos y la de los símbolos, dos corrientes que suben y bajan y se entrecruzan. El ser humano sólo ve la de lo tangible, pero necesita intuir la otra, porque necesita creer en algo que le sirva de amuleto para afrontar esa hermosa tragedia que supone gastar la única vida que le fue dada, avanzando a tientas por un camino que no sabe a dónde conduce ni cuánto resta por andar.

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Por eso la necesidad de los símbolos. El estacionamiento que da a las edificaciones principales del núcleo, está presidido por una piedra de unos 80 centímetros de alto. Sobre ella está esculpido el logotipo de la universidad. Una placa en su base explica que esa piedra reposaba en el “espejo de agua” que estaba en su campus desde la fundación de esa sede, en 1977.

En 1994, durante los eventos por su XVII aniversario, el artista guaireño Alexis Rojas esculpió sobre su superficie el logo de la universidad, singularizándola aún más. Años después de que el agua y el barro arrasaran con la sede, unas personas hallaron el extraviado talismán en la desembocadura del río Camuri Grande, y lo devolvieron a la institución, la cual la colocó donde ahora reposa. A la corriente de los hechos, representados en el febril proceso de reconstrucción de la sede, le sumaron la necesaria corriente del símbolo.

 

Y allí la podemos ver, llevando sol y brisa, viendo cómo cada día la vida sigue creciendo en torno, demostrando que toda comunidad humana está viva no por sus edificaciones, sino porque congrega voluntades, afectos, anhelos y necesidades. Intangibles pero poderosas fuerzas que suelen simbolizarse en objetos, para recordar que están ahí aunque no se vean.

La placa concluye su explicación sentenciando que “ante la calamidad, la voluntad férrea del ser humano se impone”. Qué duda cabe que, amén de los recursos necesarios para volver a levantar sus edificios, el espíritu de esa comunidad ha hecho posible volver a congregar la vida en ese pequeño valle rodeado de un paisaje agreste.

Esa es la historia de una piedra que es un símbolo, dentro de una universidad que es como esa piedra dentro del desolado paisaje de la región. Que es, como las muñecas rusas, un símbolo dentro de un símbolo.

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Héctor Torres

Héctor Torres

Narrador y promotor literario. Autor de los libros de cuentos El amor en tres platos (2007) y El regalo de Pandora (2011), de la novela La huella del bisonte (2008) -finalista de la Bienal Adriano González León 2006-, y del libro de crónicas Caracas muerde (PuntoCero, 2012). Fundador y ex-editor del portal www.ficcionbreve.org.


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