Hacerse el suizo

 

Si resultaba imposible evitar que nuestros funcionarios “distrajeran” recursos de la nación en aquella época en que guardaban cierto recato en las formas, ¿qué se puede esperar de un poder que no tiene contrapeso y sí, en cambio, una avidez enorme por el lujo y, de paso, criminaliza cualquier opinión que le incomode?

Distraer recursos. Ese eufemismo de inocente sonoridad resultaría hasta divertido, si no estuviésemos refiriéndonos a que el dinero que debería ser usado para la infraestructura y la dotación de hospitales, escuelas, bibliotecas y centros deportivos es desviado a otros destinos ajenos al interés colectivo.

Desde el Plan Bolívar 2000, en los albores del proceso de “salvación de la Patria”, donde oficiales y suboficiales de las FANB contaban con dinero en efectivo, sin contraloría, para acometer las “urgentes necesidades de los sectores menos favorecidos”, ya se podía ver dónde pararía el asunto. Agréguesele un líder que siempre se mostró intemperante ante la crítica y débil ante el halago y tendremos una historia cuyo desenlace no sorprende a nadie.

Y aprendieron rápido. No a gobernar para todos, pero sí a distraer los recursos de todos. Tanto, que ya entre 2006 y 2007, habían escogido al HSBC Private Banking, un banco con reputación de brindar cobertura a evasores de impuestos y de albergar dinero proveniente del lavado de divisas, para depositar 12.000 millones de dólares a nombre de cuatro cuentas de la Tesorería Nacional y del Banco del Tesoro, el cual colocó allí 9.500 millones de dólares, apenas dos meses después de haber sido constituido. Léase bien: 9.500 millones de dólares en una sola operación.

Quizá no aprendieron a gobernar, pero lo de ejercer el poder se les dio nato.

Según un informe conocido recientemente, si se agrupa por países, a Venezuela sólo la supera Inglaterra y Suiza en montos depositados en ese banco. Hay índices en los que, tristemente, siempre agarramos pizarra.

Un gobierno poco dado a la transparencia en el manejo de los dineros públicos colocando una enorme cantidad de ese dinero en un banco poco dado a la transparencia en la información sobre sus clientes, sería un perfecto ejemplo de congruencia.

Obviamente, no desplegaron el mismo solemne espectáculo para sacar las divisas que el empleado en aquella fastuosa comparsa del oro repatriado. Pero así funciona. El gobierno que acusa en cadena nacional, que expropia en cadena nacional, que ordena cárcel en cadena nacional y que quiebra empresas en cadena nacional, nada tiene que decir acerca de esas millonarias transacciones: ni la razón para que permanezcan en ese banco ni el destino de las aborreciblemente capitalistas utilidades que generen.

Y como nadie explica, uno infiere. Infiere por qué el presupuesto de la nación se calculaba con un petróleo a 50 dólares por barril mientras estuvo por el orden de los 100. Infiere por qué tanta amenaza y tanto golpe a la prensa adversa. Infiere por qué tanta exaltación del nacionalismo. Infiere por qué se aferran al poder de la forma en que lo hacen. Infiere por qué habiendo ingresado tanto dinero a la nación, el paisaje circundante sea tan ruinoso y el porvenir luzca tan comprometido.

El dinero de todos en unas pocas manos. Repitan esa frase en tono de denuncia. ¿Les suena conocido? He allí el colofón de la estafa.

En lo personal nunca me han gustado los gritones, ni lo militares, ni los resentidos, ni los que se ufanan de una superioridad moral. Pero hay gente que les creyó. Y ante cada evidencia, prefirió seguir creyendo. Y lo sigue haciendo. Hacerse el suizo es lo más cercano que estará jamás de disfrutar las bondades que ofrecen ciertos discretos bancos de aquellos lares al dinero que ponen bajo su resguardo.

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