¿Año nuevo?

Todo inicio de ciclo supone la concepción de nuevos propósitos. Comenzó un nuevo año, pero nada parece indicarlo. Asomarse al país político es asomarse al 2014 o, incluso, al 2013. Al enero de algún año viejo. El gobierno hace cadenas, señala culpables, los amenaza, ofrece destempladas declaraciones a los medios, inicia giras, asoma el anuncio de medidas, habla de una guerra económica. Da las mismas viejas explicaciones ante la misma ausencia de logros que permitan reactivar la economía, y sigue el mismo cotilleo en las redes sociales y las mismas especulaciones y la misma inercia en la espera de esas medidas que no llegarán de forma oportuna ni con el alcance adecuado, porque el gobierno parece incapacitado para tomarlas. Todo se mantiene en un “quita y pone y vuélvelo a poner”, para ¿ganar? tiempo.

 

Y, se sabe, cuando todo está detenido lo único que avanza es el deterioro.

Los gobiernos cambian cada tanto porque la energía que supone la renovación siempre trae nuevos aires. Los períodos gubernamentales sirven al menos para que nazcan, se desarrollen y se agoten las ideas.

¿Año nuevo? En el 2000 sólo 15 de cada cien habitantes en  el mundo tenía un teléfono celular. En el 2000 se pusieron los GPS a disposición de la población civil. En el 2000 Google tenía dos años de haber sido creado. En el 2000 no soñábamos con el concepto de “nube” ni existían las tablets. En el 2000 el gobierno de Venezuela ya hablaba de una guerra contra el Imperio.

¿Dónde estaban entonces y dónde están ahora Google, los GPS, los celulares, el gobierno de Venezuela? ¿Desde cuándo no sentimos un año nuevo?

El poder luce entrampado en su guerra de trincheras. En su “lado del país”, como en La casa tomada de Cortázar. Luchando contra unos enemigos que están al otro lado de la casa, y que nadie, ni ellos, terminan de precisar: el imperio, la guarimba (que primero era apenas en “unos pocos municipios” pero que ahora es culpable de nuestro estancamiento), los paramilitares, el fascismo…

En la película Los otros, de Alejandro Amenábar, una madre joven cuida a sus dos enfermizos hijos en una vieja casona que vive a oscuras. Una “rara enfermedad” les impedía recibir la luz del sol, mientras “algo” que no terminaba de adquirir forma los acechaba constantemente. El espectador tarda en entender, junto con los protagonistas, que ellos eran, a su vez, los otros. Que también eran la amenaza que sentían otros.

No es en vano que siempre desconfié de ese eterno culto a Bolívar en cada esquina de cada ciudad del país. Que fuera el epónimo de todo proyecto, toda iniciativa, todo hito. Sincronizar la vida del país a la vida de un muerto, por ilustre que fuese, no parecía muy sensato.  El tiempo parece darme la razón. En 2012 no accedió al poder un nuevo gobierno propiamente dicho, sino los custodios de la memoria de un viejo gobierno. Los habitantes de una vieja casona, los cuales no podrían traer nuevas ideas para enfrentar los problemas, porque eran sólo un eco carente de una dinámica propia, de sus propias posibilidades.

Como en Los otros, el país parece una casa con las cortinas y las ventanas cerradas. En la película, al quitar las pesadas cortinas y abrir las ventanas para que entrase el sol y la brisa, la protagonista, al entender su condición, se liberó (y también a “los otros”) de esa asfixiante opresión que sentía.

¿Año nuevo? La vida sin nuevos propósitos es una deriva, una garita, una eterna vigilia sin sentido. El país está necesitado de sentir, al fin, un año nuevo.

 

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