Los materiales inéditos

Los materiales inéditos

Hará cosa de nueve meses que, dándole la vuelta a una actividad que conectara el arte de contar con la comunidad del barrio La Cruz, en Chacao, en el marco de un proyecto llamado Identiarte, esbocé una idea que fue tomando forma en tanto la perfilábamos: desarrollar un taller de “Narrativa no ficcional”, casando dos intereses que se beneficiarían mutuamente: el taller, que duraría tres meses, sería gratuito, pero el participante utilizaría ese conocimiento para escribir la historia de vida de un miembros fundador del barrio. La intención era que, contando esas vidas, se contara también la historia de la comunidad.

Asentar memorias. Escribir para desentrañar. Bajar la velocidad y observar en detalle. El resultado fue el proyecto “Para que mañana no sea olvido”, un experimento del que no podíamos predecir si funcionaría, pero que, leyendo las versiones finales de siete maravillosas historias acerca de gente que nunca imaginó que alguien llevaría sus vidas al papel veo que, de ese feliz encuentro de cada par de manos tras la historia que serpenteaba en cada memoria asignada, todos salimos un poco más sabios.

Escribir enseña. Leer también. Escribir y leer acerca de los demás nos acerca a modos ajenos de ver el mundo. Acercarse a mundos ajenos es la mejor forma de abrir el propio. No en vano Robert McKee, autor de Story, ese texto considerado por muchos como la Biblia del guión, señala que consumimos historias porque nos preparan para la vida.

Y aunque no hay que explicar demasiado por qué esta experiencia resultó un gran aprendizaje, hay algo enormemente revelador que debería ser de interés para  todo opinador, analista entusiasta o candidato a espacio de poder en nuestro país: lo que piensa, como vive, cómo ve el entorno gente cuyas historias no parecen tener audiencias interesadas en ellas, se encuentra en órbitas que no se cruzan con los razonamientos que se leen en medios y redes, por parte de mentes formadas para emitir opiniones con cierta estructura.

Si determinamos el universo de individuos con tarjeta de crédito, pasaporte y educación universitaria, que es más o menos el perfil de una persona de la clase media que comparte su visión del país a través de su cuenta en Twitter, y lo comparamos con el porcentaje que no entra en ese perfil, podemos ver que desconocemos lo que piensa la gran mayoría de la población venezolana. Vastos territorios del país desatendidos, desarticulados, carentes de toda posibilidad de hacerse oír.

Lo que se lee en esas historias de gente sencilla (a veces analfabeta) es otra cosa, y vale la pena tratar de desentrañar esa sabiduría presente en sus modestas visiones. Uno de los elementos más fascinantes de sus historias es cómo afrontan la tragedia. Se saben tan desasistidos que no esperan nada. Las muertes de sus seres queridos, sus puntos de inflexión, sus decisiones, su forma de hacerse del sustento, la explicación que le dan a sus dificultades, sus procesos migratorios, están absolutamente fuera de toda explicación asociada al sistema. Se saben al margen. He ahí su etimológica condición de “marginales”. Resuelven sus asuntos a su manera y con los medios de los que disponen, porque no tienen demasiadas expectativas con la justicia humana.

Sumergiéndonos en las vidas narradas en esas historias descubrimos que, en la frontera externa de toda explicación económica, de toda teoría política, de todo sistema de ideas en torno a una ideología, sus vidas obedecen a dos factores: una serie de hechos más o menos “aleatorios”, y la decisión que toman frente a cada encrucijada, a partir a la suma de valores hechos por lo que se escuchó y se hizo en casa, lo que se razonó en el camino.

¿Acaso no tiene sentido? ¿De verdad que las explicaciones que uno lee en los medios no obvian elementos fundamentales, precisamente, para explicarnos? ¿Se puede hablar de procesos históricos, ideologías trasnochadas y teorías económicas caducas obviando, por ejemplo, la historia de muchachos criados por su abuela porque sus padres se desentendieron? ¿No iría a buscar un padre el resto de su vida? ¿No iba a sentir un secreto rencor hacia las mujeres, debido a su incapacidad de justificar el abandono materno? ¿Qué, si adquiere poder? ¿Acaso no hay elementos vitales que distingan un sujeto salido de un hogar con estructura de uno salido de un hogar sin ella? ¿No está en el hogar la posibilidad de un mejor país?

Bajar la velocidad y observar en detalle. Para que mañana no sea olvido fue, entre otras maravillosas cosas, la posibilidad de entrar en un puñado de hogares de un barrio suave de la capital, y entender que del espontáneo sistema de valores que se cultivaron al seno de ellos, dependió la visión del mundo de los individuos que salieron de allí. Las ideologías serán excusas, explicaciones posteriores.

Leído a la distancia, aquella idea de cruzar unas manos ávidas de historias qué contar con unas memorias ávidas de recuerdos por contar, produjo una “verdades”, unos materiales inéditos ausentes en las toneladas de palabras que se escriben a diario para explicar nuestra tragedia.

Barrio La Cruz, por Dzankell en Panoramio.

Barrio La Cruz, por Dzankell en Panoramio.

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2 comentarios

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  1. Julio Prado
    Julio Prado 12 abril, 2015, 15:43

    Ya sabemos, amigo Héctor, que cada vida no contada es una historia que se pierde.

    Responder a este comentario
  2. Héctor Torres
    Héctor Torres 29 mayo, 2015, 10:06

    Y aquí, por cierto, se pueden leer las crónicas
    http://www.ficcionbreve.org/caracascuenta/

    Responder a este comentario

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